Te apresuras e invades la riña
en el rumbo de la batalla,
disparando a cada soldado
tu semilla de esperanza abogadora.
Y susurras tus plegarias
en el oído sordo testarudo
aunque tocas con tus dedos serenos
el corazón envidioso
que ha construido un castillo
de estantes de talegas viciosas.
En él muere la bondad carcomida
por impaciencias tentadoras.
¡Oh ángel fugaz! Si me despiertas
deja tu aliento de pacto,
mejor aun si te dejas mirar
en equilibrio tenaz ante tu frente
desnuda,
porque no quiero ver tus ojos
que me encienden el candil, el
albor;
y aquella llama trivial ha exhalado
en mis neuronas,
en la cabeza que evaporiza el
juicio,
y es capaz que el fusil autodispare
en el comando de ataque,
y vibre el vigor como una chispa
de derrota que cae en el cenit
porque dejaste tu polvo
para digerir la siesta de preludios
sempiternos.
Solo espero que no brille
tu ausencia en la zozobra negra.
¡Ángel fugaz!, sin embargo la
pólvora
respirará el honor del ciudadano
porque la caída no es la filosofía
del ejército,
mucho menos su ágape.
Te he tocado como a una estela
en disparate, en extinción,
y he besado el cielo al invocar el
trino
porque tiritas a su precepto,
te escondes ángel fugaz en el vuelo
encendido del batallón,
y cuando el comandante levante el
lanzón
de su brazo caerás desatinado.
¿A dónde irás?
¿Al manantial secreto de tu sueño
o al lecho de la eternidad?
Pero primero dame tus alas fugitivas
y el perfume del Jordán,
lávame la piel desabrida que
contamina
el quehacer rutinario
y masacra los impulsos torpes
en la tierra de sangre y lucha
que no mengua en la guerra dilatada.
¡Soldados, voz de mando!
Autor: Viscely
Zarzosa Cano
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