Viscely Zarzosa
Tantas veces me han tentado con esas preguntas absurdas: ¿Por qué no estudias literatura?, ¿Qué haces en una carrera distinta a lo que te gusta hacer?, Si estás inmerso en el ámbito literario, ¿por qué estudias comunicación? Habrá que dejar en claro algunos equivocados estereotipos que se han manejado no sólo en jóvenes sino en personas que, siendo profesionales, no tienen la menor idea de la formación seria de un escritor.
Tantas veces me han tentado con esas preguntas absurdas: ¿Por qué no estudias literatura?, ¿Qué haces en una carrera distinta a lo que te gusta hacer?, Si estás inmerso en el ámbito literario, ¿por qué estudias comunicación? Habrá que dejar en claro algunos equivocados estereotipos que se han manejado no sólo en jóvenes sino en personas que, siendo profesionales, no tienen la menor idea de la formación seria de un escritor.
En una entrevista por televisión con Manuel Valdivieso, me
hicieron esa pregunta tan directa y tenue. Cometí el error de responder con un
enredo de anécdotas que no justificaba la labor literaria en relación con la
comunicación y en otras disciplinas. No tuve la respuesta específica en ese
momento. Pero luego de tanta meditación y corta experiencia, he llegado a la
conclusión más obvia en mi vida, y para eso he repasado mi memoria en cada acto
y movimiento que he desempeñado en mis manifestaciones artísticas y cotidianas.
Después de publicar un pequeño volumen de poesía, comencé a aventurar y descubrir a
los escritores de nuestra literaria local y a las nuevas promesas, que mayormente
las ubiqué en diferentes universidades y grupos literarios. También, participé
en festivales de poesía y conversatorios literarios. Después de todo, buscaba
un maestro, alguien que me educara en la
construcción de mis composiciones literarias (poesía). Y vaya que fue tan
complicado, porque los escritores de nuestro ámbito ocupan un oficio que
demanda un tiempo ajustado o un cargo que no deja espacio en su jornada exigente.
La búsqueda seguía y, la verdad, no tuve mucha suerte. Así que me
resigne en apostar por las bibliotecas y leer los pocos libros que poseía en mi cuarto. Hice de la lectura el pasatiempo más largo de todos los días y,
luego, escribí algunos cuentos y poemas. Después de todo, la lectura poética de
diferentes poetas y antologías selectivas de todo tipo ocupaba un valor
contundente en mi rutina, aunque aún no despertaba en mí un interés desbordante
por la narrativa. Ya no estaban los profesores de Lengua y literatura para que
se den el tiempecito de corregir mis trabajos ni los compañeros de aula que me
motivaban a seguir escribiendo cuando cursaba la secundaria.
Ha pasado un largo período de meses, y de una cosa estoy seguro, que
estoy madurando y poco a poco voy encontrando mi estilo y las metáforas se me deslizan de mis dedos. Mi perspectiva no debe
centrarse en la desesperación y emoción de la publicación precoz. No debo
acelerarme. Todo a su debido tiempo. Publica tu libro a tus ochenta años, me
dijo un amigo editor, que luego me causó carcajadas.
Mi pequeña biblioteca ha crecido. No sólo me he saciado con los libros
de poesía, sino he tomado interés por los cuentos, las novelas, las crónicas,
los artículos de crítica literaria y las microficciones. Sin embargo, no he
dejado de lado a mi poesía, porque es mi vida, sí algún día deja de existir la
poesía, de seguro un parte de mi existencia se iría con ella.
Luego de tanto caminar por los callejones de la confusión, puedo resaltar
que los maestros están pasados de moda. ¿Quién te puede enseñar a realizar una
buena literatura? ¿Acaso serán las escuelas de redacción creativa? Creo que las
preguntas están sobrando. Nunca un maestro te ayudará a escribir poesía, pero
sí puede influenciarte, que es otra cuestión. El poeta no nace, sino, se hace.
Nunca un maestro estuvo a mi lado enseñándome a escribir poesía. Ahora creo en
esa idea subjetiva, que el libro es el mejor amigo del hombre, y vaya que lo
es, a mí me hizo ese favor.
Cabe mencionar, aparte de los libros, la vida misma es un libro abierto
con las experiencias más significativas que pueden marcar en la pluma de un
escritor; Incluso, aquellos que nos rodean y formar parte de nuestra existencia.
Por último, los viejos escritores deben instruir a los jóvenes, que
empiezan a destacar como la nueva generación que se aproxima en el futuro. Solo dos cosas sugiero: leer y
leer. Me muestro honesto, recomiendo al mejor maestro que he podido conocer: la
lectura.
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